lunes, 31 de mayo de 2010

Lingüística computacional (VI)


(El capítulo anterior de la serie puede verse
aquí)

     El acercamiento a las gramáticas formales puede hacerse desde dos ámbitos diferentes. Por un lado, el de los teóricos (como Chomsky) intentando crear modelos lo más completos y coherentes posible, con un interés por comprender los mecanismos intrínsecos del lenguaje. Por otro, desde el ámbito práctico de la computación, donde los que abordan las gramáticas formales desde esta dirección no muestran demasiado interés en la perfección, completitud y coherencia teórica del modelo sino en que este sea programable en un ordenador. Estrictamente, de este enfoque proviene el nombre de lingüística computacional. Mi acercamiento personal a este campo viene, de hecho, desde esta vertiente. Siempre estuve menos interesado en comprender los modelos teóricos que en programar algoritmos que funcionaran aunque respondieran a bases no científicas. Esta dicotomía entre ambas aproximaciones fue bastante patente desde principios de los años ochenta cuando, en el marco del estudio de la inteligencia artificial, los lingüistas que buscaban modelos computables comenzaron a obtener éxitos apreciables al desarrollar las gramáticas de unificación y rasgos, mucho más manejables por un ordenador que las transformacionales. Por otro lado, el estilo críptico y complejo de Chomsky no ayudaba tampoco a que los especialistas informáticos le cogieran el gusto a sus propuestas.

Para entender mejor las gramáticas de unificación es aconsejable estudiar dos de sus componentes fundamentales: los sistemas de rasgos y el concepto de unificación.


Sistema de rasgos

La idea fundamental que subyace en el sistema de rasgos proviene de la programación dedicada a objetos en donde cada componente tiene una serie de características internas variadas que le son propias y que arrastra siempre con él. En este sentido, las categorías léxicas pueden ser consideradas como objetos que engloban en su interior una serie de datos y valores.

Se define rasgo como una pareja compuesta por un atributo (una cualidad) y un valor (el valor que toma dicha cualidad). Por ejemplo, un rasgo podría ser el género donde el atributo sería precisamente el “género de la palabra” y el valor tomado, por ejemplo, el de “masculino”. Cada rasgo puede tener un único valor a fin de que no haya incertidumbre.
El atributo debe ser un elemento constante que no pueda ser subdividido en subcomponentes. Se le denomina átomo y normalmente da nombre al rasgo, aunque esto no es obligatorio en la computación.

Un valor puede ser un único dato o un conjunto (estructura) de rasgos.

Veamos esto más claramente con un ejemplo.

Sea el rasgo llamado género y supongamos que, en este caso particular, toma el valor: femenino

[Género= femenino]

En este ejemplo, el valor es un atributo único. Pero otro rasgo podría ser el que determina la concordancia:



que es un valor complejo, una estructura de rasgos.

Aunque un rasgo puede tener sólo un valor, cada atributo podría tener una serie de valores distintos correspondientes al rasgo. Es lo que llamamos tipificación de rasgos.. Por ejemplo:

GÉNERO -> masculino, femenino
NÚMERO -> singular, plural
PERSONA -> 1ª, 2ª, 3ª


Asimismo, no todos los rasgos son aplicables a todas las categorías de modo que podemos ampliar la tipificación con las categorías afectadas. Por ejemplo:

NÚMERO-> singular, plural [N, V, ADJ, PRON, DET, O]



Cada categoría léxica puede ser entonces considerada como un conjunto de rasgos (o, en términos matemáticos, una matriz de rasgos). Así el lexema canciones podría expresarse como:


De igual manera, un pronombre personal podría representarse en estructura de rasgos del modo siguiente:



y un verbo como:



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Biblumliteraria.


Entrada publicada por Félix Remírez

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